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¿Cómo se explica que los más estridentes gritos de dolor por la libertad los escuchemos elevarse en las voces de los cazadores de negros?

Samuel Johnson

 

Nosotros, los orgullosos Campeones de la Libertad y los declarados Abogados de los Derechos naturales de la Humanidad, nos empeñamos en este comercio inhumano y criminal más profundamente que cualquier otra nación… Los Abogados del republicanismo y de la supuesta igualdad de la humanidad deberían ser los primeros en sugerir algún sistema humano de abolición de la peor de todas las esclavitudes

Josiah Tucker.

 

 

Las revoluciones liberales acontecidas en Holanda, Inglaterra y EEUU, en los siglos XVI, XVII y XVIII, respectivamente, no trajeron la libertad anunciada. No para todos. Únicamente, fue la libertad de los “señores”. Protegidos tanto del «absolutismo monárquico» como del «absolutismo democrático». El triunfo parcial de las nuevas fuerzas sociales representadas por la oligarquía burguesa en meteórico ascenso supuso el deterioro del poder de los monarcas absolutos, pero fue para que surgiera un poder aún más absoluto sobre la sociedad y la Humanidad en su conjunto. Las nuevas democracias representativas, que limitaban el poder real, surgidas tras las revoluciones burguesas fueron el gobierno único y absoluto de las poderosas oligarquías emergentes.

Estos nuevos regímenes se lanzaron a la expansión colonial más feroz, desposeyeron de toda propiedad tanto a sus compatriotas como a los pueblos repartidos alrededor del globo, la esclavitud tomó proporciones nunca vistas y los trabajadores fueron convertidos en algo peor que siervos. La libertad para todo el que no fuera miembro de la oligarquía propietaria era inexistente. La limitación al poder absoluto y la preciada libertad liberal, realmente, fue el auténtico desenfreno de la codicia que dio rienda suelta a las ambiciones más viles de terratenientes y mercaderes. Ninguna limitación e injerencia gubernamental podría cruzarse ya en su camino. Ahora ellos eran el gobierno y el poder absoluto. Sus filósofos e ideólogos convirtieron en justificación moral lo que adolecía de una falta de moral absoluta.

A manos de los nuevos estados liberales fueron esclavizados y explotados millones de seres humanos. Se procedió al sometimiento, el robo y el exterminio sistemático de los habitantes no blancos de nuestro planeta. Antes de todo se procedió a su deshumanización, a su placentera conversión en diablos, idolatras, bestias feroces y seres subhumanos, que hiciera más digeribles los crímenes que tenían el único objetivo del beneficio. No sólo fueron doblegados y asesinados los seres humanos de distinto color, sino que, también, los irlandeses católicos dejaron de merecer la compasión del nuevo estado liberal inglés. Tampoco los campesinos, los pobres y los vagabundos tuvieron mejor suerte: su libertad acababa bajo la bota del amo o el patrón. Los que alguna vez tuvieron acceso a  la propiedad bajo la forma comunal fueron despojados de todo bajo la violencia permanente de los nuevos gobernantes. Parecen crímenes lejanos, pero no lo son. Parecieran imposibles de repetirse, pero 400 años ininterrumpidos, millones de seres humanos asesinados los contemplan…

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Esta “paradoja” entre la nueva fe de la libertad y sus actos concretos es lo que pone de manifiesto Domenico Losurdo en su “Contrahistoria del liberalismo” que nos muestra esta ideología con todas sus contradicciones y realidades:

 

Limitación del “poder absoluto” y surgimiento de un poder absoluto sin precedentes: Para que esta paradoja pueda ser explicada, primero tiene que exponerse en toda su radicalidad. La esclavitud no es algo que permanezca a pesar del éxito de las tres revoluciones liberales [Países Bajos, Inglaterra y EEUU]; al contrario, conoce su máximo desarrollo con posterioridad a tal éxito: “El total de la población esclava en el continente americano ascendía a cerca de 330.000 en 1700, a casi 3 millones en 1800, para alcanzar finalmente el pico de los más de 6 millones en los años 50 del siglo XIX”’. Lo que contribuye de manera decisiva al ascenso de esta institución, sinónimo de poder absoluto del hombre sobre el hombre, es el mundo liberal. 

A mediados del siglo XVIII era Gran Bretaña la que poseía el mayor número de esclavos (878.000). El dato está lejos de ser exacto. A pesar de que el imperio de España tiene una extensión mucho mayor, le sigue a una buena distancia. Quien ocupa el segundo lugar es Portugal, que posee 700.000 esclavos, pero que a su vez es una especie de semi-colonia de la Gran Bretaña: una gran parte del oro que extraen los esclavos brasileños termina en Londres. Y por lo tanto, no hay dudas de que, quien se distingue en este campo por su posición absolutamente eminente es el país que, al mismo tiempo, está a la cabeza del movimiento liberal y que ha conquistado supremacía en el comercio y en la posesión de esclavos negros a partir, precisamente, de la Revolución Gloriosa. Por otro lado, es el propio [William] Pitt el joven quien, al intervenir en abril de 1792 en la Cámara de los comunes sobre el tema de la esclavitud y de la trata negrera, reconoce que “ninguna nación en Europa […] está tan profundamente sumida en esta culpa como Gran Bretaña”.

Y eso no es todo. En las colonias españolas y portuguesas, en mayor o menor medida, sobrevive la “esclavitud doméstica”, que debe distinguirse claramente de la “esclavitud sistémica, vinculada a las plantaciones y a la producción de mercancías”; y es este segundo tipo de esclavitud -—que se afianza sobre todo en el siglo XVIII (a partir de la revolución liberal de 1688-89) y que predomina claramente en las colonias inglesas— el que explica de manera más completa la deshumanización de aquellos que ya son solo instrumentos de trabajo y mercancías, objeto de compraventa regular en el mercado… La servidumbre a tiempo determinado…, en vigor hasta ese momento, tiende a ceder el lugar a la esclavitud propiamente dicha, a la condena perpetua y hereditaria de todo un pueblo, al que se le niega…, cualquier esperanza de libertad… Ya está en curso el proceso que reduce cada vez más al esclavo a pura mercancía y proclama [su] carácter racial… Una casta hereditaria de esclavos, definida y reconocible ya por el color de la piel…, a los ojos de John Wesley, la “esclavitud norteamericana”, es “la más vil nunca antes aparecida sobre la tierra”. 

Domenico Losurdo Contrahistoria del liberalismo

 

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